El primer sinónimo de la bienaventuranza evangélica que el voto de pobreza
nos permite disfrutar es la libertad: un corazón libre de toda avaricia, de
todo apego personal, de todo temor. Pobreza que significa no poseer nada y
estar libre del afán de la posesión de los bienes materiales, porque con el
voto nos hemos abandonado a la divina Providencia. Es una confianza plena
en Dios quien cuida de nosotros por medio de nuestros superiores y la comunidad.
No queremos nada fuera de Dios, nada que la comunidad religiosa no ofrece
en cada momento. La vida común, que pone remedio al vicio del uso de las cosas
en propiedad exclusiva es la garantía de nuestra pobreza. Queremos seguir
el modelo de la primera comunidad cristiana: nuestra única riqueza es Cristo,
su presencia en medio de nosotros y su Amor.

La pobreza es afectiva y efectiva: afectiva porque es un desprendimiento
de nosotros mismos, antes de todo, de nuestra voluntad, aprendiendo a descubrir
la presencia de Dios en toda situación; efectiva porque con el acto
de la profesión nos despojamos de todo, queriendo no disponer de ningún bien
sin el permiso de los superiores. Usamos de los bienes para nuestra vida material
y para el apostolado, pero con el corazón completamente libre del que sabe
que las cosas son sólo medios, confiando en todo lo que la comunidad nos proveerá
cada día.

Esto comporta también la confianza y la sencillez para pedir aquello de que
se tiene necesidad, como todos los verdaderos pobres, quienes poseen la bienaventuranza
de la pobreza de espíritu.